El sueño…
el sueño es el hermano de la muerte.
Así que túmbate bajo este esqueleto en la frialdad de la tumba.
Permite que el abrazo de sus muertos brazos
te mantenga totalmente a salvo y dormido.
Enterrado en un sueño…
silenciosamente….
Para siempre bajo tierra




Natasha Luna - Emilio


AvandGarde, dark, piano rock
Perú

Natasha Luna - Emilio (2005)




1 Invitation
2 The girl is trying
3 Destnée
4 As death did us apart
5 Imported pain
6 Every time you seek the answer
7 With all my roots stuck in here (mira el video de abajo)
8 Suffocation
9 The inquisitors
10 Mellow
11 Confessions of a quiet mind




Natasha Luna - Destnée
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Natasha Luna - The Inquisitors
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Natasha Luna - As Death did us Apart
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Este disco es una de esas perlitas que nos encontramos a veces en la red. Muy hermoso! Intimista, oscuro, triste, con una voz bellísima. Es el primer trabajo de Natasha Luna, a fines del año 2008 presentó su segundo disco llamado "N".

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H.P. Lovecraft - Cuentos




H.P. Lovecraft - Cuentos



  • La Exhumación
  • La Poesía y los Dioses
  • La Sombra en el Desván
  • La Lámpara de Alhazred
  • Las Legiones de la Tumba
  • El Libro negro de Alsophocus
  • La Maldición que cayó sobre Sarnath
  • El Sabueso
  • El Morador de las Tinieblas
  • La Nave Blanca
  • Notas sobre el Arte de escribir Cuentos fantásticos
  • Los otros Dioses
  • El Pescador del Cabo del Halcón
  • Poema Astrophobos
  • Polaris
  • Las Ratas en las Paredes
  • La Sombra fuera del Espacio
  • La Sombra sobre Innsmouth
  • Sordo, Mudo y Ciego
  • Los Sueños de la Casa de Bruja
  • El que susurraba en las Tinieblas
  • El Superviviente
  • A través de la Puerta de la Llave de Plata
  • La Tumba
  • La Ventana en la Buhardilla






Anathema - We're Here Because We're Here



Atmospheric rock, Gothic metal
United Kingdom

Anathema - We're Here Because We're Here (2010)



1. Thin Air
2. Summernight Horizon
3. Dreaming Light
4. Everything
5. Angels Walk Among Us
6. Presence
7. A Simple Mistake
8. Get Off, Get Out
9. Universal
10. Hindsight




Anathema - Thin Air
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Anathema - Dreaming light
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ANATHEMA
vincent cavanagh - Voice, Guitar, Vocoder
john douglas- Drums, Keyboards
danny cavanagh - Guitar, Keyboards, Voice
les smith - Keyboards
lee douglas - Voice
jamie cavanagh - Bass



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La Tierra de Los Muertos








La Tierra De Los Muertos

Hugo Aqueveque


Estar solo siempre fue una opción para mí, fui y soy un solitario, me acostumbré mejor que cualquier otro, si es que hay alguien más. Llevo diecisiete años en la más completa soledad, diecisiete años conversando con mi consciencia, comiendo y durmiendo conmigo mismo, y me gusta. Tuve la suerte que no tuvieron los demás de ser un individuo aislado, muchos otros debieron ocupar sus fuerzas y tiempo en proteger a sus familias y amigos, y en eso se les fue la vida, yo sólo velé por mí mismo y pude salvarme.

Escapé a cientos de kilómetros de la civilización, y lo meritorio es que lo hice a pie y con lo puesto. Mi residencia está internada en el desierto más árido del mundo ¿quién se atrevería a buscarme aquí? Construí mi pequeña guarida aprovechando los desechos de dos casetas de madera abandonadas por la guardia militar fronteriza. En ella me protejo de los cuarenta grados de calor del día y del frío congelante de las noches. Es un cuadrado de tres por tres metros, donde instalé una pequeña despensa y una cama desplegable que habilito sólo cuando descanso. Tengo además una silla, una especie de mesita, algunos libros que he leído treinta veces, un revólver que jamás he usado y, lo más importante, lápices y mucho papel porque la mayor parte del día la paso escribiendo. No necesito nada más.

Mi jornada comienza muy temprano, con la luz del sol, y termina cuando éste se esconde tras el horizonte. Me alimento de carne de lagartos que seco al sol sobre mi casa. Cada mañana después de comer y descansar un rato, debo procurarme alimento para los siguientes días. Los lagartos caen en mis trampas de día y de noche, y no debo alejarme demasiado para colocar las cajas-jaulas. Retiro unos nueve o diez lagartos cada día, a veces más. Es una dieta atrozmente monótona, pero ya estoy acostumbrado y me provee de las vitaminas necesarias para subsistir.

El resto del día lo dedico a escribir y leer en la frescura de mi hogar, y cuando cae la noche, preparo los recipientes para atrapar agua de la niebla y del rocío nocturno, que cada mañana retiro y guardo en dos bidones que cuido como tesoro. También obtengo agua de la lluvia, que cae de vez en cuando… cosa extraña, durante diez años no cayó una sola gota de agua, ahora llueve por lo menos una vez al mes.

Vivo como un monje del siglo XV, pero para mí es como vivir en el paraíso. Sólo mi reloj me conecta con esta época. Aquí saber la hora es completamente irrelevante, pero sin ese aparato no sabría qué edad tengo ni cuánto tiempo llevo en este lugar.

Cada mes me aventuro en una travesía a pie que dura tres días hacia una usina salitrera abandonada quizá hace un siglo. Allí consigo la madera y las herramientas necesarias para subsistir, incluso libros y algunas mantas y ropas tejidas hace más de cien años. Y en el camino también me proveo de sal natural. Para todo eso me construí un trineo que acarreo por la arena tirándolo de un cordel atado a mi cintura. En ese pueblo hay calles, una plaza con árboles muertos (tres empiezan a dar brotes) y casas habitables inmensamente más grandes y acogedoras que la que construí. Todo podría ser mío, pero vivir ahí no sería seguro.

Estos son mis días, los de un ermitaño, y así fui un ser completamente feliz hasta esta noche. He llegado a casa después de tres extenuantes jornadas de viaje; la luna hace de la noche día, lo alumbra absolutamente todo con su plata reluciente, y allí los descubrí. Bajo las estrellas, que flotan en el cielo como arena en el mar, se ve mi pequeño hogar, una diminuta silueta cuadrada y oscura perdida en un mar de formas luminosas, y a su alrededor dos tenebrosas figuras en movimiento. De ellos huí hace diecisiete años, de esa nueva raza endemoniada que todo lo destruye, una casta de seres horribles y violentos; voraces bestias antropófagas.

Esos dos, como cientos de millones de otros, son producto de una guerra estúpida y mortal: un nuevo virus experimental convirtió a personas normales en seres primitivos y violentos, sin ninguna inteligencia, sólo instinto; verdaderos animales salvajes y predadores con una gula insaciable. La bacteria, altamente contagiosa, como una epidemia de gripe se propagó por el mundo entero, fue una reacción en cadena, y en un año no había lugar seguro. Los enfermos crecían en progresión aritméticamente, cada día, consumiendo todos los alimentos disponibles en todos los rincones del planeta, después matando a animales y aves domésticas, y cuando se hubo acabado la comida devoraban vivos a las personas sanas y hasta se comían entre sí, en orgías de sangre ni siquiera concebidas en el mismo infierno. Y lo más irónico es que la guerra continuó como si nada hubiera sucedido, espantosa y total, y la radiación de las miles de detonaciones nucleares, como ese infausto virus, infectó todos los mares y lagos, todo el aire y la tierra, y se expandió por la superficie del mundo, aniquilando hasta al último ser viviente que se encontraba a su paso, a excepción de esas siniestras criaturas que pudieron sobrevivir por su metabolismo alterado.

Dudo que hayan sobrevivientes como yo, no obstante tenía la secreta esperanza de que después de tanto tiempo ya no existieran esos monstruos, que se hubieran matado entre sí y que el resto hubiera muerto de hambre y de sed. He vivido dos décadas con el miedo a encontrarme con alguno de ellos. Mi vida no ha sido tranquila, durante muchos años no pude dormir por las noches imaginándome que en cualquier momento echaban abajo mi puerta y se arrojaban sobre mi cama, es la razón por la que huí tan lejos. Yo los vi matando, los vi comiendo, y por eso sufrí de sueños espeluznantes. Había logrado con mucho esfuerzo superar ese terror, pero el temido día de mis antiguas pesadillas se ha hecho realidad.

Después de una hora de observación, tirado en la arena a unos treinta metros de ellos, estoy seguro que son de esos animales, cualquier hombre medianamente inteligente ya hubiera descubierto la pitilla oculta con la que se abre la puerta desde afuera. Estoy muy cansado, pero debo enfrentarlos, no tengo otra salida, si me duermo esos animales me encontrarán. Mi revólver no lo tengo conmigo, así como fueron esas cosas inoportunas en llegar, fui inoportuno yo olvidando el arma dentro de la casa. Sólo tengo un delgado fierro para defenderme, y creo que si los tomo de sorpresa con un buen golpe podría eliminar a uno al instante, y así sólo enfrentar al otro… Pero tiene que ser ahora.

Después de controlar relativamente el tintineo de mis dientes y el temblor en mis rodillas, me arrastro como una serpiente por la fría arena, muy despacio, con cuidado rodeándolos buscando sus espaldas. Ahora más cerca puedo ver que los desgraciados rasguñan la madera como perros hambrientos, se gritan con sonidos guturales, se empujan y golpean. No logro ver sus caras, pero es preferible así. Sus escasas vestimentas son sucias, con manchas oscuras por todas partes —de sangre con seguridad—, ropas demasiado rasgadas y delgadas, están prácticamente desnudos, y hace mucho frío, pero si resistieron la radiación el frío debe ser una nimiedad para sus cuerpos.

Estoy lo bastante cerca y la luz de la luna es muy clara, si alguno diera la vuelta me descubriría al instante. El miedo tiende a paralizarme, pero el instinto de supervivencia es más fuerte. Después de veinte años de lucha no me puedo dejar vencer tan fácilmente, no me lo merezco. Los miro y elijo a quien atacar primero, hay uno más alto y fuerte.

Me sigo acercando, y en cualquier momento me descubren, los nervios no me sueltan, las piernas las siento flotar detrás de mí, y sin poderme contener me orino encima, lenta y cálidamente, es relajante y necesario. Preciso acercarme más aún, me falta poco, y no sé si quiero llegar a eso, los bramidos que dan son tenebrosamente roncos y me erizan los pelos de la piel, pero estoy en un punto sin retorno, ya no hay vuelta atrás. En mi vida sólo he matado lagartos, desconozco si tendré la decisión para golpear hasta asesinar a algo parecido a un hombre.

Ha llegado el momento, me levanto con sigilo y lentitud a sus espaldas, y ya erguido camino despacio, sin hacer ruido, con el corazón en la garganta y la vara de metal en alto. Voy hacia el grande, puedo ver el rabillo de su ojo turbio cuando mira a la otra bestia, no me ve de soslayo, no capta mi casi imperceptible movimiento, el hedor que expele es repugnante, así como el color y la textura de su piel quemada y llena de erupciones amarillentas.

A dos metros salto al ataque, sin atreverme a gritar, y le doy por detrás, en la cabeza, con un golpe tremendo que me queda vibrando en las manos, como también su sordo eco queda resonando en la noche solitaria y alucinante. El animal se va de bruces dando un lastimero alarido. De inmediato levanto mi arma y le pego en la cara al otro tirándolo de espaldas al suelo, creo que el criminal impacto le quebró la quijada como si ésta fuera de porcelana. Alternativamente los golpeo con el fierro en la cabeza, con toda la fuerza que puedo tener, con desesperación, las bestias gritan y se cubren con las manos, pero ni siquiera logro la inconsciencia en ellos.

La sangre salta por doquier, calculo que ya les he fracturado el cráneo y los brazos en varias partes, pero no mueren, se aferran a la vida de una manera sobrenatural que me sobrecoge los sentidos, sus gritos me provocan asco y un intenso horror. Recuerdo el revólver, y sin dudarlo dejo a los repugnantes seres tirados para salir raudo en su búsqueda.

En la negrura de mi hogar no lo encuentro, el nerviosismo traiciona mis movimientos, pierdo la noción del tiempo, no sé cuánto ha transcurrido, sólo siento que es demasiado, segundos interminables que me desesperan, el terror es insoportable y una urticaria del demonio invade todo mi cuerpo. Las lágrimas no dejan de correr por mis mejillas nublando lo poco que puedo ver en esa tenebrosa oscuridad. Me hallo en el infierno, sintiendo a uno de esos demonios que en cualquier momento muerde mi hombro, no me atrevo a voltear, baso todas mis esperanzas en ese malnacido revólver.

Lo descubro con mi tacto, el frío metal que me cuesta un mundo establecer su forma para tomarlo en el momento preciso en que siento pasos a mis espaldas. Me vuelvo de reflejo y como por inercia apunto a la redondeada sombra bajo la puerta que cubre la gran luz de la luna llena. Disparo dos veces y un tibio líquido me llega a la cara, haciéndome probar en la boca una sustancia blanda que me provoca un vómito instantáneo. Descargo todo lo que puedo botar de mi estómago, incluso el aire polvoriento de los pulmones, y los sonidos de mi garganta se hacen tan infrahumanos como los de las bestias. El mutante cae fulminado, siento a ojos cerrados el seco golpe en el piso de madera.

Un impulso incontenible me hace salir corriendo de ahí, tropiezo con el bulto en el umbral de la puerta y caigo de bruces sobre el otro ser que agoniza. Aún con el arma en la mano me levanto maldiciendo a gritos y disparo en su cuerpo todas las balas que me restan.

Los estruendos de las detonaciones quedan repercutiendo en la estrellada bóveda celeste, resonancias interminables que temo atraigan más bestias a este lugar. Y las arcadas me dominan de nuevo, pero nada vomito por mucho que la sensación de asco me convulsiona los músculos del estómago y la garganta. Caigo de rodillas, todavía con los espasmos en mi interior, provocándome una presión asfixiante en el pecho, vomito sólo saliva, pero me da la sensación que la sangre del cerebro se me va por la boca. A gatas huyo del lugar, desesperado y aterrorizado como nunca antes en mi vida, pero sólo son unos metros, me siento exhausto casi de inmediato, tiembla todo mi cuerpo, y tengo la necesidad imperiosa de descansar, y aunque no quiero volver a mi casa sé que no puedo dormir afuera por el temor a la existencia de más bestias en las cercanías.

Al rato, todavía asqueado, pero más sereno y resignado, me acerco al lugar de los lamentables hechos, trato de actuar de la manera más rápida posible. Tengo que deshacerme de los cadáveres y asegurarme de que están muertos. Comienzo con el del exterior, jadeante lo arrastro de los pies varias decenas de metros. Con una pala cavo un profundo hoyo en la arena, y con la misma herramienta, antes de arrojarlo dentro, le parto el cráneo hasta la altura de los ojos al espeluznante ser. Con el segundo cuerpo, el que está en la casa, no es necesario "asegurarlo", al pobre desgraciado le volé casi una cuarta parte de la cabeza con los dos precisos tiros que le di a quemarropa. Calculo que aunque estuvieran vivos sería imposible que pudieran liberarse de la pesada tumba de arena.

Al regresar a mi casa enciendo la lámpara a gas que reservo para grandes ocasiones, sospechaba el estado en que estaba el interior, pero lo que descubrí sobrepasaba cualquier expectativa; la habitación estaba completamente recubierta de sangre, de trozos de sesos y vómito, un espectáculo inconcebible, repugnante, que me quitó el sueño en un tris. Un olor a vísceras lo impregnaba todo, no había lugar libre de los despojos orgánicos de la bestia que asesiné, la cama, la silla, la comida, las paredes, el piso, todo tenía trozos o manchas de esa abominación, también mi cuerpo y mis ropas.

Resignado a la inmundicia busqué un rincón y lo limpié como pude, no sin antes volver a cargar el arma, y me senté en el piso a dormir con el acero entre mis manos. Lo hice a ratos, las pesadillas y el fuerte viento que comenzaba a reinar afuera me despertaban cada pocos minutos, y el amanecer no llegaba. Necesitaba el sol para buscar su calor y recostarme en la arena bajo su luz reparadora y así recomenzar mi vida, pero el amanecer no llegaba nunca, esa noche fue interminable, y para mí jamás terminó.

Desperté por un ruido en la puerta, eran rasguños, como los que hacen los gatos o los perros cuando quieren entrar a sus hogares, no era un sueño, tampoco el fuerte viento, esto era real. El ruido lo sentí como una campanada de muerte, con hedor a tierra húmeda, de sepultura. Estaba solo, solo en el mundo y un ser de las tinieblas golpeaba mi puerta. Por segunda vez en la misma noche me oriné encima, sentado en el piso, sin control, como un niño aterrorizado. El ruido persistía sin cesar, y cada tañido lo sentía con una clavada gélida en el corazón, que a esas alturas me latía como una máquina descontrolada. No podía, no había forma, estaba aterrado, con una fobia espantosa a esas criaturas. Me vi incapacitado de enfrentarlos nuevamente, sin siquiera el coraje necesario para ponerme de pie y prender la lámpara. No podía abrir la puerta, así como no podía dejar de llorar no podía abrir esa maldita puerta y enfrentar mi pesadilla de nuevo. Las piernas no me dejaban de tiritar, todo mi cuerpo era un temblor enfermo, y el sudor que corría por mi piel me hacía sentir tan sucio como esos engendros del infierno. Me sentí huérfano en el mundo en esa absoluta oscuridad, con una soledad abrumadora, quemante, que me aplastaba. No podía luchar otra vez solo… simplemente no había forma de hacerlo.

El arma en mi mano como una luz se hizo sentir entre mis dedos, con otra utilidad, con otro propósito, como si un conocimiento repentino me hubiera hecho saber algo que jamás me hubiera imaginado. Sí, ese revólver era mi salvación, mi liberación. Y no lo pensé como una posibilidad, sencillamente era un hecho. Y no miento, fui feliz en esos instantes, fui feliz porque no tendría que enfrentar nada, porque en una milésima de segundo se acabaría todo, en una pequeñísima fracción de tiempo, como despertando de un mal sueño, se terminaría mi pesadilla para siempre.

Levanté el revólver, sin miedo y sin vacilar, e introduje el helado cañón en mi boca. El sabor de la pólvora quemada me supo como un antídoto al sabor de la sangre que me había hecho probar esa infernal criatura. Era cuestión de apretar el gatillo y todo se acabaría. Era un hecho…

*******

Un enorme vehículo se aproximaba por el desierto, navegando como un barco a la deriva en una feroz tormenta de arena. La comparación no era arbitraria teniendo en cuenta que sus dimensiones lo asemejaban mucho a una embarcación; tan largo y alto como ningún transporte terrestre. Un símbolo bélico impreso en cada una de las dieciséis inmensas llantas dejaba entrever que se trataba de un vehículo militar.

La máquina constaba de dos partes; una cabina y un gran espacio posterior para almacenaje y dormitorio. En la cabina viajaban cinco tripulantes, dos sentados a los mandos y los restantes controlando otros instrumentos de medición. Y uno de estos últimos exclamó excitado.

—¡Comandante!, detecto una señal de vida adelante, a unos dos kilómetros en línea recta.

El comandante, hombre sexagenario y de mirada triste, replicó.

—¿Puedes determinar de qué se trata?

El suboficial contestó diligente:—Imposible, el radar está deshecho con la tormenta, apenas intermitentemente alcanzo a ver la señal. Podría tratarse de una de esas criaturas, pero también podría ser un animal mediano o un niño, aunque como usted sabe, no hemos visto un solo animal en dos años y menos a una persona, pero no puedo descartarlos porque además le tengo que informar que hay una construcción pequeña…, una casa o un bunker encajan.

—Ésa es noticia, Hakamoto —dijo el comandante, y tomando unos binoculares para otear el horizonte agregó—. Imposible, la tormenta de arena no deja ver nada. Kevorkian, acércate mil quinientos metros más y detente. —Y dirigiéndose a los otros tripulantes, ordenó. —Muchachos, prepárense para reconocimiento de terreno. Carguen armas, quizá tengan que exterminar un nuevo objetivo, el veinticinco en las estadísticas.

Al rato, ya posado el vehículo en medio de un amarillo mar enfurecido, los tripulantes Hakamoto, Wahlberg y Shyamalan pisaron tierra. Vestían gruesas y aislantes ropas que los cubrían hasta la cabeza, también botas, guantes y cascos con grandes lentes ahumados. Iban premunidos con armas largas y negras, y acompañados de un pequeño vehículo-robot que transportaba equipo auxiliar.

Comandante —dijo Shyamalan por su intercomunicador—, la visibilidad es nula, pero estamos listos. Iniciaremos el reconocimiento.

—Entendido, sargento. Cerremos la comunicación para mayor seguridad, reinícienla sólo cuando finalicen o en caso de necesitar apoyo logístico. Sean precavidos, a pesar de que a priori no vimos mayor actividad los detectores y los controles pueden fallar en estas condiciones climáticas, de hecho el radar dejó de funcionar definitivamente hace unos momentos. Suerte entonces, cambio y fuera.

—Entendido, señor, cambio y fuera —y con Shyamalan a la cabeza, el compacto grupo se encaminó con dirección al sur, hacia la señal de vida encontrada en medio del desolado paraje.

A bordo, Kevorkian dejó los mandos de control para servirse algo similar a un café; era un básico extracto de raíces del que obtenían una infusión para calentar el cuerpo. Caminó hacia la máquina-expensa y se detuvo para preguntar: —Señor, ¿quiere uno?

Sanders asintió apenas con la cabeza, y al siguiente minuto el otro militar estaba sentado a su lado con dos tazas.

—Comandante —dijo, soplando con cuidado el caliente líquido del recipiente entre sus manos—, quiero hacerle una pregunta.

Sanders permanecía en su butaca absorto en lo que hacía, estaba alerta y ansioso, manipulaba el zoom de las cámaras del vehículo, intentando descubrir algo en el objetivo que supuestamente tenían adelante. Si fuera por él lo volaría con un proyectil —pensaba—, así de simple, pero debían estar seguros antes de tomar cualquier decisión. Kevorkian no se molestó con su indiferencia, conocía de sobra la personalidad retraída de su superior, así como también su buena disposición y cordialidad: —Yo apenas era un niño de cinco años cuando comenzó todo esto— insistió—, por eso quiero preguntarle: Sinceramente ¿cree que vale la pena esta búsqueda?

Sanders dejó los controles al escucharlo, como si lo hubieran despertado de un sueño triste. Cogió la taza con el líquido oscuro, y le dio un sorbo que se le antojó muy amargo. Y posando el recipiente sobre el tablero, respondió.

—No lo sé, Jan, pero quiero pensar que sí. Apenas llevamos un par de años de búsqueda, pero el esfuerzo por sobrevivir ha sido tan grande que quiero pensar que sí… Pero… como bien sabemos el derretimiento de los polos inundó el 97% de la tierra del planeta, y la que queda no es fértil, sólo montañas y desierto. De los veinte billones de habitantes que existían el 2.025, sólo hace 25 años, quedamos apenas dos mil viviendo hacinados en un túnel ocultos de la lluvia ácida, alimentándonos en base a una miserable dieta de frutas, gatos, ratones y extracto de cucarachas y raíces. No hay vida en el mar porque está completamente contaminado, la mitad de nosotros estamos enfermos por la radiación y por la paupérrima dieta que llevamos. Kevorkian, el planeta se está muriendo y nosotros con él. Decirte que esta búsqueda vale la pena sería engañarte, pero en mi personal opinión quiero pensar que sí, por lo menos eso me ayuda a seguir adelante.

Su interlocutor se quedó pensativo un instante, reflexionando sobre lo que decía Sanders. Lo miró a sus pequeños ojos grises, y el rostro grave y sabio que le daba esa rala barba blanca le dijo más que mil palabras.

—Entiendo perfectamente lo que quiere decir, señor. Pienso lo mismo —y confesó—, pero desde que llegamos a esta zona que tengo un presentimiento que no sé explicar, una cosa que me dice que sucederá algo grande, realmente relevante, pero no sé qué es… como si tuviera la certeza de que hoy estamos haciendo historia…

Sanders sonriente apoyó su mano en el hombro de Kevorkian con actitud paternal y acotó.

—Creo que es un poco simplista basarlo todo en un presentimiento, pero puede que tengas razón. No es malo ser optimista, y tal vez estemos viviendo el primer día de una nueva era, pero todo lo que tenga que ver con el destino prefiero dejárselo a Dios. Mientras tanto cumplamos con nuestro deber, y hagamos lo posible para sobrevivir, es nuestra prioridad ahora.

El piloto captó la sutileza y le devolvió la sonrisa de buena gana. Continuaron conversando del tema y de la situación, desde otros puntos de vista. Kevorkian a sus veinticinco años tenía muchas dudas y preguntas sobre el mundo antiguo que nunca había logrado despejar, además, ese presentimiento que tenía lo empujaba a prepararse de la mejor forma para enfrentar el futuro. Si era cierta su corazonada, ése sería el primer año en un nuevo mundo, y él quería ser un actor de esa historia por escribirse.

Después de tres horas de amigable y vigilante charla, la luz verde del intercomunicador parpadeando anunció que se reiniciaba el contacto con los tres soldados en tierra.

—Comandante —dijo la voz interferida por el fuerte ruido del viento—, reabrimos comunicación, ¿me copia?

—Adelante, sargento —contestó Sanders con un leve sesgo de ansiedad en su semblante—, le escucho perfectamente ¿cuál es su reporte?

—Le tenemos excelentes noticias, señor —y se escucharon unos entusiastas vítores de fondo—. La zona está asegurada. Encontramos tres cuerpos sin vida, pero por el momento el viento nos dificulta el procedimiento de limpieza.

Kevorkian al escuchar a Shyamalan dibujó una sonrisa nerviosa en su rostro. El comandante tampoco pudo disimular su incertidumbre, y replicó: —¿Tres cuerpos? Confirme el mensaje, soldado.

—La situación es algo complicada para explicarla así, pero trataré de aclararle todos los puntos —y después de una breve pausa continuó—. Encontramos dos cuerpos sepultados en la arena, a unos veinte metros de la casa (porque es una casa de madera lo que detectó el radar; pequeña, muy básica y rudimentaria, pero habitable). Los cuerpos sepultados tienen una data de muerte de catorce horas, aproximadamente. Les hicimos las pruebas bacteorológicas correspondientes a ambos cadáveres, y dieron positivo. Eran dos mutantes, está confirmado.

El comandante y el piloto no cabían del asombro. Ambos se pusieron de pie, ansiosos, cuestionándose "¿quién?". Pero no tuvieron que hacerle la pregunta a Shyamalan porque su voz reapareció en la cabina.

—Hemos armado más o menos el puzzle de lo que sucedió aquí, de todas maneras tenga en cuenta que son sólo suposiciones. Todo debió ocurrir anoche; aquí vivía un hombre de unos cincuenta años, que no tenemos la más mínima idea de cómo sobrevivió todo este tiempo. Él mató y sepultó a los objetivos, lamentablemente está muerto también. Y tenemos casi la certeza de que se suicidó. Le hemos hecho el examen viral y no estaba contagiado.

Dentro de la cabina Sanders y Kevorkian no dejaban de observarse con miradas cómplices, y sus sentimientos se debatían entre una sobria alegría y una curiosidad creciente. El piloto tomó unos binoculares e infructuosamente trataba de mirar a través de la nube de polvo y repetía susurrándose a sí mismo "estaba vivo…, estaba vivo". En el altoparlante la voz del sargento continuó su relato.

—El hombre vivía solo, según unas inscripciones en las paredes su nombre era Mario Rodríguez, y anoche fue visitado por estas dos criaturas, que terminaron muertas y con sus cabezas destrozadas, inferimos que a golpes de fierro y balazos. Por las evidencias pensamos que fue una pelea feroz. A uno lo mató dentro de la casa y al segundo fuera, a un metro de la puerta. Después este hombre, Rodríguez, los sepultó, y posteriormente en el interior de su casa se dio un tiro en la boca; su data de muerte es de unas ocho horas (por nada lo encontramos vivo…). No sabemos por qué se suicidó, tal vez pensó que habían más criaturas y se vio perdido, es imposible asegurar algo. Dentro de su vivienda dejó un testimonio de todos estos años escrito en unas… calculo dos o tres mil hojas, que llevaremos a bordo para investigación, creemos que pueden ser muy didácticas, por lo menos con esta información sabremos si estas dos criaturas son una excepción o es común encontrarlos en esta zona…

El comandante expectante lo interrumpió para preguntar casi con impetuosidad: — Shyamalan, si ese hombre sobrevivió todos estos años aquí, ¿qué pasa con el nivel radiactivo? ¿Tomaron muestras de agua?

—Sí, Sanders. Esperaba esa pregunta y se la respondo encantado —replicó el sargento —. Hallamos dos bidones con agua fresca y el nivel radiactivo es mínimo, 23.75 Roentgen, prácticamente normal. Además por algunas costras en el terreno conjeturamos que aquí ha llovido y que de ahí procede esta agua, por lo que es lógico concluir que la lluvia en este lugar… gracias a Dios… está exenta de radioactividad.

En el transporte el júbilo de Kevorkian se hizo patente y a saltos y aullidos celebró la noticia: "¡Lo sabía! ¡Lo sabía!" gritaba eufórico. Sanders cerró los ojos y el puño de su mano con fuerza, como conteniendo una inmensa emoción. Después controlando su respiración y tratando de no mirar a los ojos a su acompañante, dijo al micrófono.

—Es la mejor noticia que he escuchado en más de veinte años, sargento. Iremos por ustedes, preparen las muestras para almacenamiento, el cadáver de Rodríguez también.

—Entendido señor. Háganlo con calma que la visibilidad es nula y estamos muy cerca. Necesitaremos también dos jaulas de cristal, una pequeña y una de mediano tamaño, prepárenlas para utilizarlas de inmediato.

Los dos ocupantes de la máquina militar se extrañaron sobremanera, y el oficial mayor preguntó pasmado: —¿Jaulas?, ¿para qué, Shyamalan?

—Comprendo que la excitación le hizo pasar un dato muy importante por alto: El radar. Pues, la señal de vida que vio Hakamoto en el radar fue de un coyote, un hermoso y tierno coyote que estaba refugiado del viento junto a la puerta de la casa. Cuando lo descubrimos no huyó y fue muy fácil capturarlo. Y no sólo eso Sanders, este hombre se alimentaba de lagartos, alrededor de su vivienda encontramos varias trampas con lagartos vivos. Se da cuenta comandante ¿todos los coyotes y lagartos que el viejo Antinori podrá clonar desde estos? Sabores nuevos, amigo, ¿se puede imaginar la inmensa alegría que le daremos a nuestra gente cuando regresemos con estos animales y la noticia de que al fin hallamos un lugar habitable en la superficie? Nos recibirán como héroes…

Desde la nave con solemnidad replicó el comandante: —Sí Shyamalan, me doy perfectamente cuenta, y veo que son demasiadas emociones para un solo día, y no merece que lo conversemos por radio ni que saquemos conclusiones apresuradas. En este momento nos dirigimos hacia allá, en unos minutos estableceremos contacto. Buen trabajo muchachos. Gracias… Cambio y fuera.

******

Cuando el vehículo llegó a destino, sin darse tiempo para disfrutar el descubrimiento, los soldados con rapidez se dispusieron a cargar las muestras antes de que oscureciera; fueron almacenados los animales, los manuscritos, los bidones de agua, y el cadáver. Los cuerpos infectados los depositaron dentro de la casa para su incineración una vez acabado el ventarrón. Posteriormente continuaron con las indagaciones en los alrededores, pero aparte de dos lagartos más no encontraron muestras de interés, aunque dedujeron que debía haber algún poblado cercano donde Rodríguez conseguía materiales para su supervivencia y decidieron esperar el paso de la tormenta para ir en la búsqueda de ese lugar. Al llegar el ocaso y ya a bordo todos, Sanders intentó infructuosamente tomar contacto con la nave madre que se encontraba a más de mil kilómetros de distancia aguardando a las seis unidades terrestres repartidas por esa gran isla, su intención era darles las coordenadas del lugar para que volaran a su encuentro y así acelerar el regreso a casa, pero la borrasca no lo permitió.

A la espera y después de dos horas de alegre y sustancial charla entre los cinco militares, la tempestad amainó y un regalo del cielo cayó sobre el frío metal; llovió como nunca habían visto en veinte años. Y a pesar de que existía un protocolo marcial que obligaba a los soldados a permanecer siempre en el vehículo cuando estuvieran en vigilia o descanso, Sanders, dada, las circunstancias y las insistencias, hizo una excepción y no sólo les permitió a sus hombres bajar a terreno sino que los licenció por unas horas (previa comprobación radiactiva del agua). A pesar del cansancio descendieron e instalaron luces y un calefactor eléctrico en tierra, y comenzaron a bailar y a gritar como niños bajo la lluvia.

El comandante permaneció en la cabina del gigantesco vehículo tratando de comunicarse con la nave nodriza, pero tampoco tuvo éxito esta vez. Después de varios intentos y una hora de tedio se puso de pie para servirse una taza de extracto de raíces. Al observar por una ventana lateral descubrió, cuatro metros más abajo, a sus hombres aún jugando y riendo alrededor del calefactor, empapados, y él no pudo evitar dibujar una sonrisa al ver a esos rudos y disciplinados soldados actuar como adolescentes desbandados. En un efímero instante una sensación lo hizo recordar sus excursiones de niño por los bosques del norte y los cantos al calor de una fogata, pero prefirió evitar ese tipo de recuerdos dolorosos y volvió a sentarse en su puesto. No obstante, al probar la tibia infusión de la taza que tenía entre manos tuvo la feliz impresión de que ese asqueroso líquido oscuro le sabía a café, y se alegró de que sí conservara ese recuerdo.

Se quedó analizando el próspero futuro que tenían por delante. Después de todo el presentimiento de Kevorkian era cierto —pensó—, y ahora la situación de la humanidad era muy distinta. Poco a poco el cansancio lo fue atrapando, sumergiéndolo en un agradable letargo que finalmente lo venció.

******

Era un bosque precioso, y él se veía mucho más joven, había un gran lago de aguas cristalinas y diversos animales; aves, conejos, ardillas y hasta un alce. El canto de los pájaros era celestial y con el aroma de las flores abarcaban por entero ese edén. Todo era verde y azul, un impresionante vergel de ensueño… Un ruido a sus espaldas lo despertó, como de un golpe de metal. Unos arrastrados pasos se acercaban y aún sin reaccionar escuchó también las risas lejanas que lo volvieron a la realidad, eran sus hombres bajo la lluvia; repentinamente pensó que no debió licenciar a la tripulación. Pestañando con dificultad dejó la taza con el frío líquido sobre el tablero y giró el asiento para ver quién llegaba…

No era de su dotación, no; éste era un hombre muy pálido, tan pálido como un muerto, de pelo tieso y ojos saltones, turbiamente blancos, casi podridos, hundidos en cuencas oscuras y profundas; el aspecto de esa persona era satánico. Tenía una herida en la boca, en cuyo entorno habían negras costras de sangre y algunas manchas blancas, como de materia en descomposición, pero los dientes y la mandíbula se veían intactos. Comprendió Sanders que había cometido un grave error al subestimar al virus, debió someter el cuerpo de Rodríguez a cuarentena, aunque pensó también, ¿alguien se hubieran imaginado que una bacteria veinte años olvidada y sin alteraciones biológicas pudiera mutarse en un solo día hasta hacerse inmune incluso a la muerte?

El muerto-viviente, que fuera Rodríguez en vida, abriendo sus repugnantes fauces se abalanzó ansioso y ávido de carne sobre el comandante. Sanders no se defendió, no pudo enfrentar su eterna pesadilla, ni tampoco su fracasada ilusión, y renunció a seguir luchando, tal como el mismo Rodríguez hiciera un día antes. Simplemente se dejó matar, pero morirse ya no sería tan sencillo en el nuevo mundo creado por los hombres…

******

Jan Kevorkian, sentado sobre la arena mojada, escuchaba entusiasmado a sus tres camaradas que de pie discutían y bromeaban sobre los acontecimientos de ese especial día. La hazaña de Mario Rodríguez la catalogaban como un acto heroico, digno de consignarse con letras mayúsculas en los —en adelante— renovados anales históricos. La noche estaba muy oscura, pero la temperatura agradable. La lluvia se había marchado hacía unos instantes dejando sólo el susurro siniestro del viento. Kevorkian vio moverse algo detrás de quienes hablaban, pero las luces lo encandilaron. "Quizás es el cansancio", pensó, y no dijo nada a sus compañeros, no obstante intentó afinar la vista. Fue en ese momento en que se congeló la noche con un desgarrador alarido que provino del interior del enorme transporte; pero ya era demasiado tarde. Desde la tenebrosa penumbra aparecieron dos sombras difusas que se transformaron en sendos seres putrefactos, que se abalanzaron con sus ojos de muertos y sus garras en alto a las espaldas de Wahlberg y Shyamalan. Lo siguiente que se vino fueron sólo alaridos de terror, y la noche se convirtió en infierno y la esperanza en muerte…



Nocturno en la alcoba - Xavier Villaurrutia



Nocturno en la alcoba

La muerte toma siempre la forma de la alcoba
que nos contiene.

Es cóncava y oscura y tibia y silenciosa,
se pliega en las cortinas en que anida la sombra,
es dura en el espejo y tensa y congelada,
profunda en las almohadas y, en las sábanas, blanca.

Los dos sabemos que la muerte toma
la forma de la alcoba, y que en la alcoba
es el espacio frío que levanta
entre los dos un muro, un cristal, un silencio.

Entonces sólo yo sé que la muerte
es el hueco que dejas en el lecho
cuando de pronto y sin razón alguna te incorporas o te pones de pie.

Y es el ruido de hojas calcinadas
que hacen tus pies desnudos al hundirse en la alfombra.

Y es el sudor que moja nuestros muslos
que se abrazan y luchan y que, luego, se rinden.

Y es la frase que dejas caer, interrumpida.
Y la pregunta mía que no oyes,
que no comprendes o que no respondes.

Y el silencio que cae y te sepulta
cuando velo tu sueño y lo interrogo.

Y solo, sólo yo sé que la muerte
es tu palabra trunca, tus gemidos ajenos
y tus involuntarios movimientos oscuros
cuando en el sueño luchas con el ángel del sueño.

La muerte es todo eso y más que nos circunda,
y nos une y separa alternativamente,
que nos deja confusos, atónitos, suspensos,
con una herida que nos mana sangre.

Entonces, sólo entonces, los dos solos, sabemos
que no el amor sino la oscura muerte
nos precipita a vernos cara a cara a los ojos,
y a unirnos y estrecharnos, más que solo y náufragos,
todavía más, y cada vez más, todavía.

Xavier Villaurrutia "Nostalgia de la muerte" (1938)

imágen:Alvin Baac

Theatre of Tragedy - Addenda


Gothic / Doom Metal
Norway
Theatre of Tragedy - Addenda [EP] (2010)




1. The Breaking 4:26
2. Deadland (Tommy Olsson Remake) 4:45
3. Empty 4:09
4. Frozen (Ambrosius Mix) 6:51
5. Beauty In Deconstruction (Original Version) 4:52
6. Revolution (Flip Wicked Mix) 4:25
7. Empty (A&E Wedding Mix) 3:36
8. Hightlights 3:59
9. Illusions (Zensor RMX) 4:02
10. Forever Is The World (Chamber Edition) 5:08




Theatre of Tragedy - Forever is the World
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Theatre of Tragedy - The Breaking
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THEATRE OF TRAGEDY
nell- vocals
raymond - vocals
hein- drums
frank - guitars
vegard - guitars
lorentz - synth, piano



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La improbabilidad de Dios



La improbabilidad de Dios

Richard Dawkins (1998)



La gente hace muchas cosas en nombre de Dios. Los irlandeses se vuelan los unos a los otros en su nombre. Los árabes se vuelan en su nombre. Los imanes y los ayatolás oprimen a la mujer en su nombre. Los papas y sacerdotes en celibato trastornan la vida sexual de la gente en su nombre. Los shohets judíos les rajan la garganta a los animales en su nombre. Los logros de la religión en la historia (las sangrientas cruzadas, los inquisidores torturadores, los conquistadores genocidas, los misioneros destructores de culturas, la resistencia impuesta legalmente a toda verdad científica hasta el último momento) son aun más impresionantes. ¿Y a qué ha ayudado todo esto? Creo que está quedando cada vez más claro que la respuesta es absolutamente a nada. No hay razón para creer en la existencia de ningún tipo de dios, y buenas razones para creer que no existen y nunca han existido. Todo ha sido una enorme pérdida de tiempo y de vidas. Sería un chiste de proporciones cósmicas si no fuera tan trágico.


Oomph! - Truth Or Dare



Industrial Metal
Germany
Oomph! - Truth Or Dare (2010)




01. Ready or not (i'm coming)
02. Burning desire
03. Song of death
04. God is a popstar
05. Labyrinth
06. The final match
07. Crucified
08. Sandman
09. Sex is not enough
10. Land ahead
11. Wake up!
12. The power of love
13. True beauty is so painful
14. The first time always hurts
15. Dream here (with me)
16. On course





Oomph! - Sandmann
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Oomph! - God Is A Popstar
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OOMPH!
Dero - Vocals, Drums
Crap - Guitar, Keyboards
Flux - Guitar, Sampling
Hagen - Bass (Live)
Leo - Drums (Live)



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Hoy me dejaste sola



Hoy me dejaste sola

Hoy me dejaste sola,
Me olvidaste en la vida,
Te alejaste, sin siquiera regresar a ver,

Le pusiste al olvido mi nombre
Tus palabras se resbalaron en el sonido,
Al igual que tus promesas,

Ya no podré encontrar refugio en tus
Sonrisas,
Ya no podré encontrar cariño
En tus brazos,
Simplemente me convertiste en una
Más de tu vida,

Campos de rosas negras cubrieron mi alma,
Llantos de soledad, colmaron mi vida,
Y tu recuerdo, ya me empezaba a torturar,
Tu amistad se había desvanecido ya,
Al pasar la noche, tu nombre no se escuchaba ya más.


Más Allá - Horacio Quiroga



Más Allá
Horacio Quiroga





Yo estaba desesperada—dijo la voz—. Mis padres se oponían rotundamente a que tuviera amores con él, y habían llegado a ser muy crueles conmigo. Los últimos días no me dejaban ni asomarme a la puerta. Antes, lo veía siquiera un instante parado en la esquina, aguardándome desde la mañana. ¡Después, ni siquiera eso!
Yo le había dicho a mamá la semana antes:
—¿Pero qué le hallan tú y papá, por Dios, para torturarnos así? ¿Tienen algo que decir de él? ¿Por qué se han opuesto ustedes, como si fuera indigno de pisar esta casa, a que me visite?
Mamá, sin responderme, me hizo salir. Papá, que entraba en ese momento, me detuvo del brazo, y enterado por mamá de lo que yo había dicho, me empujó del hombro afuera, lanzándome de atrás:
—Tu madre se equivoca; lo que ha querido decir es que ella y yo—¿lo oyes bien?—preferimos verte muerta antes que en los brazos de ese hombre. Y ni una palabra más sobre esto.
Esto dijo papá.
—Muy bien—le respondí volviéndome, más pálida, creo, que el mantel mismo—: nunca más les volveré a hablar de él.
Y entré en mi cuarto despacio y profundamente asombrada de sentirme caminar y de ver lo que veía, porque en ese instante había decidido morir.
¡Morir! ¡Descansar en la muerte de ese infierno de todos los días, sabiendo que él estaba a dos pasos esperando verme y sufriendo más que yo! Porque papá jamás consentiría en que me casara con Luis. ¿Qué le hallaba? me pregunto todavía. ¿Que era pobre? Nosotros lo éramos tanto como él.
¡Oh! La terquedad de papá yo la conocía, como la había conocido mamá. —Muerta mil veces,—decía él, antes que darla a ese hombre.
Pero él, papá, ¿qué me daba en cambio, si no era la desgracia de amar con todo mi ser sabiéndome amada, y condenada a no asomarme siquiera a la puerta para verlo un instante?
Morir era preferible, sí, morir juntos.
Yo sabía que él era capaz de matarse; pero yo, que sola no hallaba fuerzas para cumplir mi destino, sentía que una vez a su lado preferiría mil veces la muerte juntos, a la desesperación de no volverlo a ver más.
Le escribí una carta, dispuesta a todo. Una semana después nos hallábamos en el sitio convenido, y ocupábamos una pieza del mismo hotel.
No puedo decir que me sentía orgullosa de lo que iba a hacer, ni tampoco feliz de morir. Era algo más fatal, más frenético, más sin remisión, como si desde el fondo del pasado mis abuelos, mis bisabuelos, mi infancia misma, mi primera comunión, mis ensueños, como si todo esto no hubiera tenido otra finalidad que impulsarme al suicidio.
No nos sentíamos felices, vuelvo a repetirlo, de morir. Abandonábamos la vida porque ella nos había abandonado ya, al impedirnos ser el uno del otro. En el primero, puro y último abrazo que nos dimos sobre el lecho, vestidos y calzados como al llegar, comprendí, marcada de dicha entre sus brazos, cuán grande hubiera sido mi felicidad de haber llegado a ser su novia, su esposa.
A un tiempo tomamos el veneno. En el brevísimo espacio de tiempo que media entre recibir de su mano el vaso y llevarlo a la boca, aquellas mismas fuerzas de los abuelos que me precipitaban a morir se asomaron de golpe al borde de mi destino a contenerme... ¡tarde ya! Bruscamente, todos los ruidos de la calle, de la ciudad misma, cesaron. Retrocedieron vertiginosamente ante mí, dejando en su hueco un sitio enorme, como si hasta ese instante el ámbito hubiera estado lleno de mil gritos conocidos.
Permanecí dos segundos más inmóvil, con los ojos abiertos. Y de pronto me estreché convulsivamente a él, libre por fin de mi espantosa soledad.
¡Sí, estaba con él; e íbamos a morir dentro de un instante!
El veneno era atroz, y Luis inició él primero el paso que nos llevaba juntos abrazados a la tumba.
—Perdóname—me dijo oprimiéndome todavía la cabeza contra su cuello—. Te amo tanto que te llevo conmigo.
—Y yo te amo—le respondí—, y muero contigo.
No pude hablar más. ¿Pero qué ruido de pasos, qué voces venían del corredor a contemplar nuestra agonía? ¿Que golpes frenéticos resonaban en la puerta misma?
—Me han seguido y nos vienen a separar...—murmuré aún—. Pero yo soy toda tuya.
Al concluir, me di cuenta de que yo había pronunciado esas palabras mentalmente pues en ese momento perdía el conocimiento.
Cuando volví en mí tuve la impresión de que iba a caer si no buscaba donde apoyarme. Me sentía leve y tan descansada, que hasta la dulzura de abrir los ojos me fue sensible. Yo estaba de pie, en el mismo cuarto del hotel, recostada casi a la pared del fondo. Y allá, junto a la cama, estaba mi madre desesperada.
¿Me habían salvado, pues? Volví la vista a todos lados, y junto al velador, de pie como yo, lo vi a él, a Luis, que acabada de distinguirme a su vez y venía sonriendo a mi encuentro. Fuimos rectamente uno hacia el otro, a pesar de la gran cantidad de personas que rodeaban el lecho y nada nos dijimos, pues nuestros ojos expresaban toda la felicidad de habernos encontrado.
Al verlo, diáfano y visible a través de todo y de todos, acababa de comprender que yo estaba como él—muerta.
Habíamos muerto, a pesar de mi temor de ser salvada cuando perdí el conocimiento. Habíamos perdido algo más, por dicha... Y allí, en la cama, mi madre desesperada me sacudía a gritos mientras el mozo del hotel apartaba de mi cabeza los brazos de mi amado.
Alejados al fondo, con las manos unidas, Luis y yo veíamoslo todo en una perspectiva nítida, pero remotamente fría y sin pasión. A tres pasos, sin duda, estábamos nosotros, muertos por suicidio, rodeados por la desolación de mis parientes, del dueño del hotel y por el vaivén de los policías. ¿Qué nos importaba eso?
—¡Amada mía!...—me decía Luis—. ¡A qué poco precio hemos comprado esta felicidad de ahora!
—Y yo —le respondí— te amaré siempre como te amé antes. Y no nos separaremos más, ¿verdad?
—¡Oh, no!... Ya lo hemos probado.
—¿E irás todas las noches a visitarme?
Mientras cambiábamos así nuestras promesas oíamos los alaridos de mamá que debían ser violentos, pero que nos llegaban con una sonoridad inerte y sin eco, como si no pudieran traspasar en más de un metro el ambiente que rodeaba a mamá.
Volvimos de nuevo la vista a la agitación de la pieza. Llevaban por fin nuestros cadáveres, y debía de haber transcurrido un largo tiempo desde nuestra muerte, pues pudimos notar que tanto Luis como yo teníamos ya las articulaciones muy duras y los dedos muy rígidos.
Nuestros cadáveres... ¿Dónde pasaba eso? ¿En verdad había habido algo de nuestra vida, nuestra ternura, en aquellos dos pesadísimos cuerpos que bajaban por las escaleras, amenazando hacer rodar a todos con ellos?
¡Muertos! ¡Qué absurdo! Lo que había vivido en nosotros, más fuerte que la vida misma, continuaba viviendo con todas las esperanzas de un eterno amor. Antes... no había podido asomarme siquiera a la puerta para verlo; ahora hablaría regularmente con él, pues iría a casa como novio mío.
—¿Desde cuándo irás a visitarme?—le pregunté.
—Mañana—repuso él—. Dejemos pasar hoy.
—¿Por qué mañana?—pregunté angustiada—. ¿No es lo mismo hoy? ¡Ven esta noche, Luis! ¡Tengo tantos deseos de estar a solas contigo en la sala!
—¡Y yo! ¿A las nueve, entonces?
—Sí. Hasta luego, amor mío...
Y nos separamos. Volví a casa lentamente, feliz y desahogada como si regresara de la primera cita de amor que se repetiría esa noche.
A las nueve en punto corría a la puerta de calle y recibí yo misma a mi novio. ¡Él en casa, de visita!
—¿Sabes que la sala está llena de gente?—le dije—. Pero no nos incomodarán
—Claro que no... ¿Estás tú allí?
—Sí.
—¿Muy desfigurada?
—No mucho, ¿creerás?¡Ven, vamos a ver!
Entramos en la sala. A pesar de la lividez de mis sienes, de las aletas de la nariz muy tensas y las ventanillas muy negras, mi rostro era casi el mismo que Luis esperaba ver durante horas y horas desde la esquina.
—Estás muy parecida—dijo él.
—¿Verdad?—le respondí yo, contenta. Y nos olvidamos en seguida de todo, arrullándonos.
Por ratos, sin embargo, suspendíamos nuestra conversación y mirábamos con curiosidad el entrar y salir de las gentes. En uno de esos momentos llamé la atención de Luis.
—¡Mira! —le dije—. ¿Qué pasará?
En efecto, la agitación de las gentes, muy viva desde unos minutos antes, se acentuaba con la entrada en la sala de un nuevo ataúd. Nuevas personas, no vistas aún allí, lo acompañaban.
—Soy yo—dijo Luis con ligera sorpresa—. Vienen también mis hermanas
—¡Mira, Luis!—observé yo—. Ponen nuestros cadáveres en el mismo cajón ... Como estábamos al morir.
—Como debíamos estar siempre—agregó él—. Y fijando los ojos por largo rato en el rostro excavado de dolor de sus hermanas:
—Pobres chicas...—murmuró con grave ternura. Yo me estreché a él, ganada a mi vez por el homenaje tardío, pero sangriento de expiación, que venciendo quién sabe qué dificultades, nos hacían mis padres enterrándonos juntos.
Enterrándonos... ¡Qué locura! Los amantes que se han suicidado sobre una cama de hotel, puros de cuerpo y alma, viven siempre. Nada nos ligaba a aquellos dos fríos y duros cuerpos, ya sin nombre, en que la vida se había roto de dolor. Y a pesar de todo, sin embargo, nos habían sido demasiado queridos en otra existencia para que no depusiéramos una larga mirada llena de recuerdos sobre aquellos dos cadavéricos fantasmas de un amor.
—También ellos—dijo mi amado—estarán eternamente juntos.
—Pero yo estoy contigo—murmuré yo, alzando a él mis ojos, feliz.
Y nos olvidamos otra vez de todo.

Durante tres meses—prosiguió la voz—viví en plena dicha. Mi novio me visitaba dos veces por semana. Llegaba a las nueve en punto, sin que una sola noche se hubiera retrasado un solo segundo, y sin que una sola vez hubiera yo dejado de ir a recibirlo a la puerta. Para retirarse no siempre observaba mi novio igual puntualidad. Las once y media, aun las doce sonaron a veces, sin que él se decidiera a soltarme las manos, y sin que lograra yo arrancar mi mirada de la suya. Se iba por fin, y yo quedaba dichosamente rendida, paseándome por la sala con la cara apoyada en la palma de la mano.
Durante el día acortaba las horas pensando en él. Iba y venía de un cuarto a otro, asistiendo sin interés alguno al movimiento de mi familia, aunque alguna vez me detuve en la puerta del comedor a contemplar el hosco dolor de mamá, que rompía a veces en desesperados sollozos ante el sitio vacío de la mesa donde se había sentado su hija menor.
Yo vivía—sobrevivía—, lo he repetido, por el amor y para el amor. Fuera de él, de mi amado, de su presencia de su recuerdo, todo actuaba para mí en un mundo aparte. Y aun encontrándome inmediata a mi familia, entre ella y yo se abría un abismo invisible y transparente, que nos separaba a mil leguas.
Salíamos también de noche. Luis y yo, como novios oficiales que éramos. No existe paseo que no hayamos recorrido juntos, ni crepúsculo en que no hayamos deslizado nuestro idilio. De noche, cuando había luna y la temperatura era dulce, gustábamos de extender nuestros paseos hasta las afueras de la ciudad, donde nos sentíamos más libres, más puros y más amantes.
Una de esas noches, como nuestros pasos nos hubieran llevado a la vista del cementerio, sentimos curiosidad de ver el sitio en que yacía bajo tierra lo que habíamos sido. Entramos en el vasto recinto y nos detuvimos ante un trozo de tierra sombría, donde brillaba una lápida de mármol. Ostentaba nuestros dos solos nombres, y debajo la fecha de nuestra muerte; nada más.
—Como recuerdo de nosotros—observó Luis—no puede ser más breve. Así y todo—añadió después de una pausa—, encierra más lágrimas y remordimientos que muchos largos epitafios.
Dijo, y quedamos otra vez callados.
Acaso en aquel sitio y a aquella hora, para quien nos observara hubiéramos dado la impresión de ser fuegos fatuos. Pero mi novio y yo sabíamos bien que lo fatuo y sin redención eran aquellos dos espectros de un doble suicidio encerrados a nuestros pies, y la realidad, la vida depurada de errores, elévase pura y sublimada en nosotros como dos llamas de un mismo amor.
Nos alejamos de allí, dichosos y sin recuerdos, a pasear por la carretera blanca nuestra felicidad sin nubes.
Ellas llegaron, sin embargo. Aislados del mundo y de toda impresión extraña, sin otro fin y otro pensamiento que vernos para volvernos a ver, nuestro amor ascendía, no diré sobrenaturalmente, pero sí con la pasión en que debió abrasarnos nuestro noviazgo, de haberlo conseguido en la otra vida. Comenzamos a sentir ambos una melancolía muy dulce cuando estábamos juntos, y muy triste cuando nos hallábamos separados. He olvidado decir que mi novio me visitaba entonces todas las noches; pero pasábamos casi todo el tiempo sin hablar, como si ya nuestras frases de cariño no tuvieran valor alguno para expresar lo que sentíamos. Cada vez se retiraba él más tarde, cuando ya en casa todos dormían, y cada vez, al irse, acortábamos más la despedida.
Salíamos y retornábamos mudos, porque yo sabía bien que lo que él pudiera decirme no respondía a su pensamiento, y él estaba seguro de que yo le contestaría cualquier cosa, para evitar mirarlo.
Una noche en que nuestro desasosiego había llegado a un límite angustioso, Luis se despidió de mí más tarde que de costumbre. Y al tenderme sus dos manos, y entregarle yo las mías heladas, leí en sus ojos, con una transparencia intolerable, lo que pasaba por nosotros. Me puse pálida como la muerte misma; y como sus manos no soltaran las mías:
—¡Luis! —murmuré espantada, sintiendo que mi vida incorpórea buscaba desesperadamente apoyo, como en otra circunstancia. Él comprendió lo horrible de nuestra situación, porque soltándome las manos, con un valor de que ahora me doy cuenta, sus ojos recobraron la clara ternura de otras veces.
—Hasta mañana, amada mía —me dijo sonriendo.
—Hasta mañana, amor —murmuré yo, palideciendo todavía más al decir esto.
Porque en ese instante acababa de comprender que no podría pronunciar esta palabra nunca más.
Luis volvió a la noche siguiente; salimos juntos, hablamos, hablamos como nunca antes lo habíamos hecho, y como lo hicimos en las noches subsiguientes. Todo en vano: no podíamos mirarnos ya. Nos despedíamos brevemente, sin darnos la mano, alejados a un metro uno del otro.
¡Ah! Preferible era...
La última noche, mi novio cayó de pronto ante mí y apoyó su cabeza en mis rodillas.
—Mi amor —murmuró.
—¡Cállate!—dije yo.
—Amor mío —recomenzó él.
—¡Luis! ¡Cállate! —lancé yo aterrada—. Si repites eso otra vez ...
Su cabeza se alzó, y nuestros ojos de espectros—¡es horrible decir esto!—se encontraron por primera vez desde muchos días atrás.
—¿Qué?—preguntó Luis—. ¿Qué pasa si repito?
—Tú lo sabes bien—respondí yo.
—¡Dímelo!
—¡Lo sabes! ¡Me muero!
Durante quince segundos nuestras miradas quedaron ligadas con tremenda fijeza. En ese tiempo, pasaron por ellas, corriendo como por el hilo del destino, infinitas historias de amor, truncas, reanudadas, rotas, redivivas, vencidas y hundidas finalmente en el pavor de lo imposible.
—Me muero...—torné a murmurar, respondiendo con ello a su mirada. Él lo comprendió también, pues hundiendo de nuevo la frente en mis rodillas, alzó la voz al largo rato.
—No nos queda sino una cosa que hacer... —dijo.
—Eso pienso—repuse yo.
—¿Me comprendes?—insistió Luis.
—Sí, te comprendo—contesté, deponiendo sobre su cabeza mis manos para que me dejara incorporarme. Y sin volvernos a mirar nos encaminamos al cementerio.
¡Ah! ¡No se juega al amor, a los novios, cuando se quemó en un suicidio la boca que podía besar! ¡No se juega a la vida, a la pasión sollozante, cuando desde el fondo de un ataúd dos espectros sustanciales nos piden cuenta de nuestro remedo y nuestra falsedad! ¡Amor! ¡Palabra ya impronunciable, si se la trocó por una copa de cianuro al goce de morir! ¡Sustancia del ideal, sensación de la dicha, y que solamente es posible recordar y llorar, cuando lo que se posee bajo los labios y se estrecha en los brazos no es más que el espectro de un amor!

Ese beso nos cuesta la vida—concluye la voz—, y lo sabemos. Cuando se ha muerto una vez de amor, se debe morir de nuevo. Hace un rato, al recogerme Luis a sí, hubiera dado el alma por poder ser besada. Dentro de un instante me besará, y lo que en nosotros fue sublime e insostenible niebla de ficción, descenderá, se desvanecerá al contacto sustancial y siempre fiel de nuestros restos mortales.
Ignoro lo que nos espera más allá. Pero si nuestro amor fue un día capaz de elevarse sobre nuestros cuerpos envenenados, y logró vivir tres meses en la alucinación de un idilio, tal vez ellos, urna primitiva y esencial de ese amor, hayan resistido a las contingencias vulgares, y nos aguarden.
De pie sobre la lápida, Luis y yo nos miramos larga y libremente ya. Sus brazos ciñen mi cintura, su boca busca mi boca, y yo le entrego la mía con una pasión tal, que me desvanezco...



La Cumbre de los Pueblos denuncia


La Cumbre de los Pueblos denuncia a empresas europeas por violar los derechos humanos en Latinoamérica



La Cumbre de los Pueblos que se celebra en Madrid llevó a cabo su segundo día de sesiones con la presencia de más de 1.400 organizaciones políticas y sociales de Latinoamérica y Europa y con el objetivo de rechazar y juzgar las políticas neoliberales de varios países en el mundo.
El encuentro, que se realiza en paralelo a la VI Cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea-América Latina y el Caribe (UE-ALC) que se celebrará a partir de este lunes, continúa sus actividades junto al Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP) que sentará en el banquillo a los representantes de más de 30 compañías europeas a las que denuncia por violar los derechos humanos.
De acuerdo con Alirio Uribe, jurado del TPP, “el día de ayer y el de hoy hemos escuchado a peritos, testigos, a comunidades campesinas que han presentado los hechos que representan violación de derechos humanos por parte de empresas europeas”.
El objetivo es determinar la ”responsabilidad de las políticas de la Unión Europea que favorecen a las empresas denunciadas”, dijo Uribe a teleSUR.
Para los asistentes las instituciones, las políticas y los actores de la UE, son considerados cómplices de incrementar el poder y la impunidad de esos consorcios.
En el TPP estarán rindiendo declaraciones directivos de empresas como Repsol-YPF, Unión Fenosa, el Banco Bilbao Vizcaya, Pfizer y Telefónica.
El jurado en Madrid está conformado, entre otros, por Judith Chomsky, abogada estadounidense especialista en delitos de las transnacionales, y Carlos Taibo, escritor y profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Madrid.
Lo integran, además, Blanca Chancoso, defensora de los derechos humanos indígenas de Ecuador, y Nora Cortiñas, de la Asociación Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora de Argentina.
Entre tanto el foro, denominado Enlazando Alternativas IV, arrancó este viernes en la Facultad de Ciencias Matemáticas de la Universidad Complutense de Madrid con un rotundo rechazo de sus asistentes al capitalismo que Europa persiste en exportar al Tercer Mundo.
La también conocida como contracumbre hará especial hincapié en la situación de Haití, asolado en enero pasado por un terremoto, en la de Honduras, tras el golpe de Estado de junio de 2009, y condenará la feroz campaña mediática desatada contra Cuba.
Los promotores alertaron de que su celebración se produce bajo los efectos de una grave crisis financiera, económica, climática, energética, alimentaria y social a nivel planetario.

Fuente: Rebelion.org

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